Una incoherencia habitual en muchas personas es pensar que su vida «mejorará» sin hacer el menor esfuerzo para conseguirlo. Esta creencia mágica y profundamente infantil, del tipo «¡ojalá todo cambie!», es un refugio común para quienes, en su inconsciente, no están dispuestos a asumir los sacrificios y transformaciones necesarias para alcanzar ese cambio. Incluso muchas personas, especialmente aquellas más dañadas emocionalmente y que encuentran consuelo en lecturas como las de Alice Miller, acuden a terapia con esta actitud: quieren mejorar, pero al mismo tiempo se niegan a desprenderse de los hábitos, contextos o personas que, paradójicamente, las enferman. ¿Por qué sucede esto?

El origen de esta contradicción radica en que, aunque el sufrimiento es evidente y real, no siempre es lo que parece. Muchas personas no reconocen que su dolor es, en parte, el precio inconsciente que están dispuestas a pagar para evitar otro tipo de sufrimientos que perciben como aún peores. Además, ese dolor les brinda beneficios ocultos que, aunque difíciles de admitir, son fundamentales para sostener su estado actual. En psicología, este fenómeno se conoce como **beneficio secundario**, y a menudo es la raíz de la pasividad o resistencia al cambio en muchas personas.

### Tipos de beneficios secundarios

Los beneficios secundarios que perpetúan el sufrimiento pueden adoptar diversas formas, entre ellas:

1. **Obtener atención, afecto o compañía:** El sufrimiento puede ser una herramienta inconsciente para «robar» amor y cuidado de los demás.

2. **Lograr o conservar seguridades materiales:** Algunas personas permanecen en situaciones difíciles para mantener beneficios económicos, propiedades, herencias, pensiones o una cierta estabilidad financiera.

3. **Evitar sentimientos de culpa, abandono o fracaso:** El sufrimiento puede ser una forma de protegerse de emociones intensas e incómodas que surgirían si se enfrentaran los conflictos internos o externos.

4. **Rechazar la responsabilidad de la autonomía y la libertad:** Permanecer en una posición infantil o dependiente les permite evitar las exigencias y riesgos de tomar las riendas de su propia vida.

### La paradoja del cambio

Muchas personas dicen querer cambiar, pero en lo profundo de su corazón desean exactamente lo contrario. Esta contradicción crea una **escisión interna** que dificulta el proceso terapéutico. Para algunos, la terapia se convierte en un espacio para el desahogo y el consuelo, pero no para el cambio real. Es una aspirina emocional que calma las ansiedades inmediatas, pero no aborda las raíces del problema.

En mi experiencia, esto es especialmente común en ciertos casos, donde los pacientes (frecuentemente mujeres) llegan a la terapia con la esperanza de un alivio momentáneo, pero sin una verdadera disposición para trabajar en su crecimiento emocional. Estas personas no buscan realmente enfrentar sus miedos, sino más bien encontrar una forma de sentirse mejor sin transformar las dinámicas que perpetúan su malestar. Como resultado, muchas ni siquiera llegan a «entrar» en el proceso terapéutico de forma auténtica.

### La pregunta crucial

Por eso, cualquier persona que desee realmente solucionar sus problemas debería hacerse una pregunta esencial antes de iniciar una terapia:
**¿Estoy dispuesto/a a hacer cualquier cosa para madurar y cambiar?**
Si la respuesta es no, probablemente la terapia se convierta en un espacio estéril de quejas y desahogos, sin avances significativos. Si la respuesta es sí, entonces, a pesar de los miedos, el compromiso será clave para avanzar hacia un proceso de transformación real.

En otras palabras, la persona debe decidir:
**¿Quiero simplemente aliviar mi malestar momentáneo o estoy dispuesta/o a viajar al fondo de mi vida, enfrentar mis verdades y llevar a cabo las acciones necesarias para cambiar?**

### Los valientes del Viaje Interior

Los pacientes que eligen lo segundo, aunque sean pocos, son profundamente admirables. Su valentía no reside en la ausencia de miedo, sino en su decisión de enfrentarlo. Son personas que, a pesar del dolor y las dificultades que implica mirar de frente sus heridas y trabajar en ellas, deciden emprender ese viaje transformador.

Como terapeuta, acompañar a estos pacientes es un privilegio inmenso. Verlos crecer, liberarse de patrones destructivos y encontrar un camino más pleno y auténtico no solo les da sentido a sus vidas, sino que también reafirma el propósito y la belleza del trabajo terapéutico. Ellos son la prueba viviente de que, con esfuerzo, compromiso y amor propio, es posible construir una vida más feliz y significativa.

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